Galicia Moderna 25/04/1886
Tras la azulada montaña
que el alto horizonte cierra,
lanza el sol por el espacio
sus últimas tintas bellas,
que esparciéndose por haces,
de oro y míniun, se reflejan
en nubes que ya separan
de las sombras que se acercan,
la luz que marcha veloz
a iluminar otras tierras.
Del Valle sube hacia el monte
accidentada vereda,
que al penetrar en el bosque
hace una brusca revuelta:
en ella vése de pronto
dibujarse la silueta de un hombre
que, lentamente,
del valle a la vista llega,
Camina encorvado el hombre
cual si enfermo ó viejo fuera,
en un bastón apoyado
y mirando hacia la tierra.
Detiénese al fin, y el valle
con mudo asombro contempla;
queda estático un instante;
el nudoso apoyo suelta,
frota enseguida los ojos
cual si todo lo que viera
fuese una ilusión, soñada
mucho tiempo entre mil penas;
y al oír de una campana
las notas suaves, lentas,
cuyo no olvidado tono
en su corazón penetra,
el hombre lanza un suspiro,
se descubre la cabeza,
por sus curtidas mejillas
en tropel lágrimas ruedan
y una plegaria en sus labios,
sin palabras, balbucean.
Es la oración instintiva
que ningún ritual enseña,
pero que brota del alma
si después de larga ausencia
tornamos al final pueblo
en que vimos luz primera;
que entonces nuestra memoria
frescos, distintos, despierta
los recuerdos más lejanos,
de la infancia y las ideas,
que ocupaban nuestra mente,
de mundano afán exenta.
Pero esa época no vuelve
y aunque el recuerdo consuela
apodérase del alma
una invencible tristeza:
y es que al ver la infancia lejos,
vemos la tumba más cerca
Los remates de la torre
de la bizantina iglesia;
los antiquísimos robles,
que al atrio dan sombra densa
y bajo la cual, acaso
han orado á Dios los celtas;
los dos enhiestos cipreses,
del camposante, que encierra
de muchas generaciones,
al humilde y sagrada huesa;
la blanca casa del cura
y más allá, la taverna
tradicional, como el ramo
de laurel sobre la puerta;
el bosque que la colina
borda en desigual silueta
y termina en el modesto
arroyo que serpentea
entre céspedes y cañas
entre maizales y huertas;
sobre un repecho suave,
que las parras festonean,
de una señorial mansión
la mole oscura y severa;
en el fondo, los inmóviles
negros pinares que dejan
pasar por entre troncos,
que son columnas soberbias,
las tornasoladas tintas,
que el sol esparce en su puesta;
las frescas auras del campo;
de la èsada carreta
el chirrido penetrante
que en todo el valle resuena;
el canto pausado y triste
que acompasa la tarea
de la rapaza que envuelve
con mimbres el haz de hierba;
los alegres aturuxos
de los mozos que regresan
del trabajo… todo, al hombre
que aprecio en la vereda,
despierta en su corazón
memorias de antigua fecha.
Y al ver que en el valle, todo
como lo dejo lo encuentra,
por un momento imagina
que ha sido ilusión su ausencia,
que los años no corrieron,
que es joven y que la esperan
las mozas para bailar
en el atrio de la iglesia…
Pero un corro se ha formado
con aldeanos que le observan,
reparando en sus continuos
suspiros y en sus maneras:
“¡ Probe vello! ¿Quén será?
¿Por qué chora, por qué reza?
Leer más…