Un Buque
Ilustración Cantábrica Tomo IV
Entre los innumerables viajeros que cruzan los mares en todas direcciones,es seguro que muy pocos han hecho serias meditaciones acerca de los buques que les han trasportado y en que han permanecido más ó menos tiempo. Muchos de esos viajeros consideran el barco y sus pormenores con la curiosidad infantil y superficial con que se miran muchas cosas de este mundo, ó con el estupor que causa siempre aquello que, por falta de conocimientos en los observadores, se hace incomprensible para ellos por su magnitud ó por otras circunstancias; se ocupan, en primer lugar, de las comodidades que ofrece el buque, y luego, de la mejor manera de distraerse y de matar el tiempo, ya con la lectura y con el juego, ya con las bromas intentadas ó llevadas á cabo contra el más infeliz ó el más insoportable de los vecinos de á bordo; ora refiriendo proezas de amor, de riqueza ó de ingenio en la tierra de que les aparta el viento y el vapor; ora haciendo castillos en el aire y pregonando las grandezas que disfrutarán en el continente ó país á que les acerca el buque.
La vida a bordo sería verdaderamente muy agradable, si no fueran hombres los que la hacen. Al entrar en un barco que va á emprender largo viaje de travesía, nos despojamos, al parecer, de nuestras pasiones. Levadas anclas, el sentimiento de la fraternidad se despierta y se desarrolla entre los viajeros; perdida de vista la tierra, ya se miran unos á otros como antiguos conocidos. Ciertas etiquetas terrestres desaparecen; el general, el banquero, el propietario, el alto funcionario, se confunden y codean espontáneamente con el alférez, con el modesto viajante de comercio, con el empleado subalterno ó el cesante. ¿A qué obedece este edificante, pero momentáneo cambio? ¿A un sentimiento noble y sincero, á la necesidad de pasatiempos sociales, al egoísmo? El pensamiento de que todos los viajeros van á correr iguales peligros, ¿es el que obliga a deponer su orgullo a los unos, su humildad a los otros?
He calificado de momentáneo semejante cambio, y, en efecto, lo es… desgraciadamente, porque nada me parece tan bello y tan agradable como la fraternal amabilidad que reina á bordo durante los primeros días del viaje. Llega uno a creer que Adán y Eva no cometieron el pecado original, y que su descendencia no sufre el funesto castigo que Dios le impuso para purgar aquella falta.
Los viajeros guardan entre sí toda clase de espontáneas atenciones; se comunican con dulce franqueza sus impresiones acerca del mar, del tiempo, de la marcha del buque; se hacen mutuos ofrecimientos, organizan inocentes diversiones y recreos. Hé aquí los hombres buenos y amables; no se hallan, sin embargo, en estado primitivo, ó por lo menos patriarcal. ¡Parece mentira! Son civilizados, y trátanse, no obstante, como hermanos, exentos de ambiciones y de rencores. Este es el momento de bendecirles, de afirmar su moral superioridad en todos los seres de la creación, y de no molestarles con los preceptos de una Constitución política.
¡Linda ilusión! El autor del milagro es el inconsciente disimulo de nuestras flaquezas; entretanto, las pasiones se aprestan para el combate en el interior del pecho, estudiando los puntos vulnerables del prójimo, midiendo las fuerzas respectivas y esperando, sin duda, á que desaparezca de entre los viajeros el sentimiento de fraternidad, que por cierto se desvanece tan pronto como adquieren alguna confianza y dan al olvido los pensamientos de temor originados por la fragilidad del barco, quizás juguete un dia de las terribles veleidades del inmenso mar. No recuerdo quién ha dicho que un buque es un mundo en pequeño: faltóle no más añadir que en aquel reducido escenario las pasiones estallan con mayor fuerza y son más temibles que en medio de la sociedad. Presto se cansan del forzado quietismo y sienten absoluta precisión de demostrar que para algo existen en el pecho de los mortales.
El marido desconfiado no consigue ya ocultar los chispazos de su celoso instinto; los solteros ejercen su profesion de galantes y decidores, y extreman su amabilidad, sus atenciones y miradas con casadas y solteras, entre las cuales se forma divertidísimo enredo de chismes y de pequeñas envidias, manantial de escenas cómicas y serias; el charlatán político ó el arbitrista financiero logran un corro de oyentes y encuentran adversarios y polemistas. Empiezan luego las bromas y se aplican sobrenombres ó motes: el inocente juego del tute, pasando por los de tresillo, treinta y una, siete y media, etc., se trasforma en el de banca frenética y subrepticia. Algún matrimonio ó individuo ven llegada la ocasión de darse tono ó aire de pertenecer al gran mundo ó alta sociedad, cosa que jamas han logrado en tierra. Sobran viajeros que censuran siempre las comidas de á bordo, para demostrar que se hallan acostumbrados á otras excelencias, por más que se ven frecuentemente en mil apuros para acometer ciertos platos, que, en conclusión, rechazan por no conocerlos.
Con todos estos elementos y detalles se originan variados incidentes, que muchas veces litigan á formar una atmósfera tempestuosa: menudean luego los relámpagos y estalla algún trueno. Es indudable que una larga permanencia á bordo concluye por atacar los nervios de la mayor parte de los viajeros; siéntense febriles impaciencias, sensibles y extremadas irascibilidades. Parece que algún doctor Ox hace experimentos.
Mas… perdónenme los lectores de La Ilustración Cantabrica, y abandonaré esta clase de consideraciones, porque no me propuse escribir una disertación moral ó crítica sobre la vida de á bordo.
Al principiar este artículo, he indicado que son pocos los viajeros que meditan seriamente acerca del buque que les trasporta; y sin embargo, merece atentísima reflexión máquina tan extraordinaria, resultado de una complicación de penosos estudios, de repetidos ensayos, de providenciales casualidades y de esfuerzos de todas clases.
Un buque se construye en poco tiempo: una fórmula trigonométrica es la base de los planos. Varias ciencias y artes tienen participación en la magnífica obra: por fin se bota el barco al agua, se mece gallardamente, presintiendo la importancia de su futuro destino; vienen luego o.tras ciencias y artes á apoderarse de él, á concluirle y á llevarle por los Océanos. Ya está en medio del mar, ya es ocasión de observarle.
Dentro de su casco hay una poderosa inteligencia, que arrancó á la naturaleza sorprendentes secretos: el hercúleo vapor vence al contrario viento; la misteriosa brújula señala, entre las tinieblas, certera derrota; la maravillosa electricidad ha galvanizado todo el hierro de la obra muerta, y le preserva de la destructora humedad; el ingenioso cronómetro mide el tiempo, y el sencillo timón domina toda aquella mole. En el interior de ésta apercibese un organismo completo en actividad, con cerebro, músculos, nervios y aparato respiratorio: palpita el movimiento, siéntense la circulación de la fuerza y las impotentes convulsiones de la resistencia. De cuando en cuando recorren el buque, desde un extremo al otro, fuertes estremecimientos, como si se asombrara de lo portentoso de sus funciones; y allá, sobre el estrecho y alto puente, un átomo, el hombre, con una sola palabra, obliga al monstruo á orzar, á arribar, á virar, á caminar más á prisa ó á detenerse. La inmensidad sobre que se mueve es digno circo para semejante gladiador.
Para llegar á esta dominación, ¡cuánto ha tenido que trabajar el hombre! Desde el tronco de que el salvaje fabrica su canoa, hasta el Leviatan, ¡cuántas vigilias, cuántos estudios, cuántas existencias, cuántos años se han empleado en completar la obra! ¿En completarla?… Aún falta mucho para ello: no obstante, el siglo actual debe enorgullecerse.
Si se examina detenidamente el buque, cámara por cámara, departamento por departamento, hay materia para varios volúmenes dedicados á una sola tarea: la de ensalzar la inteligencia y la actividad humanas. Todas las industrias, todas las artes, tienen allí su representación. Desde el carbón arrancado á las entrañas de la tierra hasta la harina que nos prodiga su fecunda corteza; desde la extensa lona que hincha el viento, hasta el artístico cristal que adorna la primera cámara; desde el cabestrante que suspende las pesadas ancla, hasta el sextante que mide la altura del sol sobre el horizonte;desde el bauprés hasta le hélice; desde el tope de hasta el fondo de la sentina, todo lo que contiene el barco es lo que es, lo que alcanza, lo que puede la inteligencia del hombre, de la cual es fórmula adecuada un buque en medio del Océano.
Camina majestuosamente y sin balanceo por la sosegada llanura; la noche es serena y tranquila, las constelaciones retrátanse en el liquido cristal, turbados sólo sus reflejos por la blanca estela; ningún ruido viene del exterior, y el horizonte se confunde con el cielo. Parece entonces que el conjunto de infinitos mundos rinde, en su más arrobadora soledad, en su más imponente silencio, justo tributo y debido homenaje á la inteligencia de esta pequeña tierra, que se cree figurar dignamente en medio de tantos y tan espléndidos astros.
Cúbrese el cielo con espesas nubes; desencadénase el viento en violentas ráfagas; agítase el mar, y las encrespadas olas caen con estruendo sobre los costados y la cubierta del buque; entáblase el terrible combate, en el cual es vencido muchas veces, pero del que resulta casi siempre vencedor, y sigue su rumbo, dejando detrás la tempestad, que refunfuña avergonzada. El hombre es el héroe, y su cerebro ha hecho todo eso.
La contemplación de un buque de nuestros días llena el ánimo de legítimo orgullo. Sonreímos involuntariamente de lástima al acordarnos del famoso Argonauta y de su mísero viaje á la Cólquida, cantado en los antiguos poemas épicos; de las romanas triremes y de las galeras venecianas, que sólo se apartaron de las costas cuando se descubrió ó importó á Europa la brújula; admiramos luego el recuerdo de Colon, de Elcano, de Magallanes, de Cook y de La Perouse; aplaudimos en seguida á Fulton y nos extasiamos ante nuestros barcos. Pero faltan todavía más eslabones en esta magnífica cadena del progreso; divisamos un más allá, adivinamos un porvenir tan asombroso como incomprensible hoy para nosotros, el dia en que la quietud perfecta reemplace á los molestos balances y en que la electricidad sustituya al vapor en buques como la Numancia, de nuestra marina de guerra, ó como el Alfonso XII, de la compañía trasatlántica. Después… ¡Quién sabe!… ¿Llegará este progreso á un término?
Al través de treinta siglos, compadecemos hoy á ios tripulantes del Argonauta. ¿se reirán de las presentes generaciones los hombres del siglo XX? ¡Es muy probable!
Celso García de la Riega